CoaRECS
CoaRECS - Club de Observadores de Aves de la Reserva Ecológica Costanera Sur

Libro completo
(estampas y poemas en el orden original del libro)
S�lo las estampas, con las referencias de los nombres actuales de las aves
Elecci�n de un ave aves con su estampa y poema (genera un link con una sola especie)
P�gina principal

27/04/2025 - 02:48 hs.

Pájaros nuestros (poemas)

por Juan Burghi
Ilustraciones de Salvador Magno

Editorial Guillermo Kraft,
Buenos Aires. 1942.

P�RTICO

P�jaros

PAJARO: gracia, belleza, melod�a, ritmo, y tambi�n utilidad. Ser maravilloso que participa del agua, de la flor, de la Irisa, dd roc�o. Conciencia de la luz y voz que se anticipa a ella, pues noche a�n aclara con sus trinos la rama en que mora. P�jaro y nido, cosas inherentes al �rbol como la flor y el fruto. Vivida flecha de armon�a que, al pasar alegre bajo el sol de primavera, florece en el espacio... Euritmia, impulso, movimiento, equilibrio, matiz. Hasta la voz que lo designa, p�jaro, es el�stica, vibrante y parece describir la par�bola de un vuelo.

P�jaro: gracia, belleza, melod�a, ritmo, y tambi�n utilidad... Y el ni�o se ensa�a con �l y el hombre lo destruye. En la mano que dispara la honda del ni�o o el arma del hombre, sobrevive el instinto ancestral del ser milenario que, -por necesidad, mataba. Pero el ni�o no sabe y el hombre no piensa. Es as� c�mo en un aleccionante, verso de ]ules Renard, un campesino pide al ave que le devuelva algunas cerezas que ha tomado en los �rboles de su huerto. Y el ave responde: "S�, te las devolver� y, con ellas, las mil larvas que de esos mismos �rboles tambi�n he quitado..."

PAJAROS EN LA AURORA

T�mido y sol,
noche a�, el chingolo
-agreste bardo-
como en sue�os, y acaso desde un cardo,
da su cantito r�stico el primero.

Luego, a poco, el hornero.
s�bita y estridente algarab�a:
toda una celestial cristaler�a
que, de escal�n en escal�n, cayera
por marm�rea escalera,
sobresaltando en su quietud la urna
de la noche...

(El vuelo algodonoso
de las aves nocturnas
se hace r�pido, huidizo y temeroso).

Desde el h�medo estero,
el vigilante tero
le va quitando hilvanes a la sombra...
y, al lanzar impaciente
su grito de: �Presente!,
se nombra.

(Los hilvanes m�s alto,
las �ltimas puntadas,
con vuelos en zigzag y sobresaltos
que parecen piruetas,
y un chirriar de tijeras oxidadas,
los cortan el final las tijeretas).

En el primer albor que se vislumbra,
pasa r�pido un misto y su chispeo
pone puntos de luz en la penumbra...
Gozoso, el benteveo,
dice a gritos: �Ya veo...!

(La noche que se aleja,
en el gemir de la torcaza se queja,
y llora su derrota
con sollozante nota).

Aparece el pirincho pajizo
con su aire bobalic�n
-a veces, como enfermizo-
y su acento de ni�o llor�n.

(Cruza el trillo polvoriento
en cauteloso desliz
de r�tmico movimiento
-aspecto pulcro y feliz,
o�do alerta y ojo atento-
la se�orita perdiz).

Al salir de su nido enmara�ado,
se enreda y, enredado,
se le suelta el resorte al espinero,
que se agita estridente y vocinglero.

(A ras del suelo, tensa el ala,
r�pida y fina,
una cruz blanquinegra que resbala,
la golondrina).

De luz, musical anhelo,
es el silbo del zorzal,
l�mpido y fino cristal
donde va aclarando el cielo.

Garabatea su vuelo
el churrinche -de la lumbre
rojo y vivaz coraz�n-
y al par que revuela, con
el ...rrin-churr�n agridulce
le va quitando la herrumbre
al gozne de su canci�n.

(En si inocente j�bilo extasiado,
mientras le canta al sol que ya destella,
el cimarr�n dorado
es un corcho frotando una botella...)

Min�scula y vivaz, hace la ratonera
sus g�rgaras de sol, y se dijera
que le desborda el buche ahito
en musical y alegre gorgorito.

Y la calandria, manantial sonoro,
entre toda armon�a soberana,
con su canci�n trabaja la ma�ana
como joya de oro.

El Teru-Tero

El traje overo picazo
la pato, el puon y el ojo,
todos tres, del mismo rojo,
y en la cara negro trazo.

Vive a lo indio en el estero,
lleva a lo gaucho la vincha,
con una plumita pincha
y se sujeta el sombrero.

Como si un poncho invisible
del hombro se le cayeta
y levantarlo quisiera
hace un esguince risible.

Una cuerpeada que pega
como ataj�ndose de
un golpe que �l s�lo ve,
pero que nunca llega.

Se alimenta con "bichitos",
anida siempre en el suelo,
y el blando ritmo del vuelo
lo acompasa con sus gritos.

Mas el grito que acompasa
se agudiza enloquecido
si un intruso, junto al nido
donde est� incubando, pasa.

Grita y, planeando seguro,
grandes c�rculos describe
mientas, alternos, exhibe
pecho blanco y lomo oscuro.

Y exagera la algarada
lejos del sitio en que puso;
que as� despista al intruso
y defiende la nidada.

En invernal ma�anita
de escarcha o viento pampero,
en su Teru, teru, tero...
el campo entero tirita.

Guardi�n seguro y gratuito
que d�a y noche vigila,
cuanto ocurre lo ventila
de inmediato con su grito.

Y es m�s �l, si se desvive
si propio nombre anunciando,
y parece que no vive
si no se mata gritando...


El Hornero

Desde el alba a la oraci�m
maese hornero trabaja,
amasando barro y paja
al ritmo de su canci�n.

Una canci�n y un ladrillo,
feliz su labor alterna,
que as� sale firme y tierna
como un coraz�n sencillo.

Al par de su alfarer�a,
da en el l�mpido cristal
de su vibrante timbal,
con infantil alegr�a.

Que al realizar su tarea
exalta sus claros sones,
cual si a fuerza de canciones
moldeara el barro que emplea.

Privilegiada misi�n
de hacer una obra cantando,
que asi en ella van quedando
el alma y el coraz�n...

De modo que todo esfuerzo
se traduce en alegr�a,
y el trabajo es poes�a,
pues cada af�n es un verso.

Y como a su humilde casa
no puede poner cristales,
cristal de trinos triunfales
mezcla en el barro que amasa.

Aplicado y laborioso,
se identific� este obrero
con su oficio de alfarero,
y viste color terroso.

Parece, al hollar la grama
con esta prestancia grave,
un caballero que sabe
que lo contempla la dama.

Bajo su capa, la espada
que, que presionada en el pomo,
levanta la punta como
teniendo la capa alzada.

Nervioso, �gil, ufano,
con paso el�stico ambula,
un paso m�s articula
lo mismo que un ser humano.

Al hombre se ha anticipado
en leyes de geometr�a,
de equilibrio, de armon�a,
y en usar cemento armado.

Del rancho han sido modelo
su barro y su paja unidos;
y al superponer sus nidos
nos sugiri� el rascacielo.

La casa de este arquitecto,
siempre orientada al sol:
por dentro es un caracol;
por fuera, un horno perfecto.

Y como a su humilde casa
no puede poner cristales,
cristal de trinos triunfales
mezcla en el barro que amasa.


La ratonera

�Qu� habr� perdido la ratonera,
que pasa casi la vida entera
busca que busca con tanto af�n?
Y lo hurga todo con gran apuro,
asciende y baja pegada al muro,
rasca que rasca con su crac, crac.

Y es tan ligera en su movimiento
cual una pluma que sopla al viento,
que sube y baja, que viene y va...
No hay agujero, ca�o, ni grieta,
ni tronco hendido en que no se meta:
no deja nada por registrar.

Es una lucha m�s bien que un ave,
una bolita de pluma suave,
color caf�.
Sus vivos ojos, negros puntitos,
buscan pulgones, moscas, mosquitos,
y su piquito es un alfiler
que al cielo apunta siempre que canta,
cuando desborda de su garganta
un gorgoteo que, fresco y fino,
se hace sonoro de cristalino.


La Cachila

Ce�ida en su traje pardo,
al andar amaga el vuelo,
casi siempre contra un cardo,
-al norte- anida en el suelo.

Ahora sube la cachila
y es apenas un puntito...
que sobre el nido destila,
gota a gota, su cantito.

Y el mismo trino repite
como un tiritar sonoro
que, en la ma�ana de oro,
parece que se derrite.

Suspensa en porfiado vuelo,
un puntito es la cachila:
coraz�n que bajo el cielo
sin cesar canta y vigila.

Y al devanar sobre el nido
el hilo de su canci�m,
por �l mantiene prendido
el nido a su coraz�n.


El chingolo

Sobre la cabeza oscura
el bien peinado copete
pone un gracioso bonete
que realza su figura.
Blanca golilla asegura
rodeando el cuello robusto,
claro el chaleco y muy justo,
un ponchito gris canela
-se le imagina la espuela-
y un tranquito que da gusto.

Sencillo y feliz habita
siempre en un cardo, su amigo,
en donde pone al abrigo
su bien mullida casita;
y sobre una flor marchita
vibra su acento dolido,
y as�, del cardo elegido,
pone arriba su canci�n,
y debajo, al coraz�n,
lo deja en forma de nido.

Suele a las casas llegar
-por amistad y provecho-
donde se lo ve en acecho
con su trote singular.
En el patio familiar
hurga las sobras de un plato,
pica un pollo, enfrenta un pato,
o esquiva con revuelo
el cascote de un pilluelo
o la embestida de un gato.

Eres el alma del campo
-de nuestro campo querido-
su coraz�n es tu nido
y su voz m�s fiel, tu canto;
llora el roc�o en tu llanto
cuando abre fr�a la aurora,
la tarde muriente llora
y solloza en tu garganta,
y hasta el plenilunio canta
en tu canci�n seductora.

Chingolo: c�mo expresar
toda la inmensa ternura
que me inspira tu figura
de p�jaro popular...
C�mo podr�a olvidar
tus ingenuas melod�as,
all�, en mis primeros d�as,
si a tu nombre se levanta
todo mi �i�ez... y canta
como t� mismo lo har�as.

Tu nombre dice fragancia
de tr�bol, cardo y gramilla,
y guarda tu voz sencilla
todo el sabor de la infancia;
por eso que, a la distancia,
chingolo, alguna vez cuando
como un adi�s dulce y blando
llega hasta mi tu canci�n,
la recoge el coraz�n...
y la guarda suspirando.


El benteveo

Benteveo, benteveo,
como delirante grita
mientras las alas agita
con un gozoso aleteo.

(M�s luego, cuando se posa,
ni te veo, ni te vi;
su canto es s�lo una i...
que se alarga quejumbrosa).

Vincha blanca y fina gola,
color de azufre el chaleco
y un chaquet�n verde seco
que se aviva hacia la cola.

Vuela bajito, pausado,
y ondula con ritmo lento,
y al suelo mira de lado
para buscar alimento.

Que a todo va su apetito:
larvas, insectos, gusanos,
trocitos de carne, granos,
frutas y alg�n pececito.


La perdiz

Cuando el sol con nuevo brillo
da al campo el primer matiz,
se aparece la perdiz
muy oronda por el trillo;
lleva su traje amarillo
de recortada capita,
y es tan gentil, tan damita
que, por hilar una charla,
dan ganas de saludarla.
"Buenos d�as, se�orita...

M�s apenas que nos vio,
sin moverse casi, ah� mismo,
por virtud del mimetismo
entre el pasto se esfum�.
Al buscarla, se solt�
brusco el resorte del vuelo;
no ir� lejos en su anhelo,
ni hay temor de que se pierda,
pues tiene muy poca cuerda
y va casi al ras del suelo.


El pecho colorado

Quiz�s en un lance cruento
sufri� esa incurable herida
que, para toda la vida,
le dej� el pecho sangriento.

(En el alba, al mediod�a
y a�n de noche arde su fuego,
como el rescoldo en que luego
se encender� el nuevo d�a).

Bajo su t�nica negra,
bastante descolorida,
esa pechera encendida
que su vestido le integra,

dice un amor imposible
que el coraz�n le ha deshecho,
y as�, ti�endole el pecho,
su dolor se hace visible...

Y esa canci�n quejumbrosa:
Chirru... chirru... chi... chi...
alargando la u y la i,
siempre a tiempo que se posa.

En el florido alfalfar
-mar verde y morada ola-
es una viva amapola
que hubiese dado en volar.

Se eleva en brusca ascensi�n,
e inm�vil en alto el ala,
baja lento por la escala
vertical de su canci�n.

El sol poniente lo hiere
con su luz enrojecida
y, al abrirle m�s la herida,
por esa herida el muere.

Y es en la tarde en derrota,
sobre el misterio del campo,
su pecho el �ltimo lampo
y su voz la �ltima nota.


El tordo

De la punta del pico hasta la cola
vestuido va de riguroso luto,
en negro que se azula y tornasola.
Es harag�n, astuto.
arisco, peleador y un poco bruto.
Visita los frutales, los sembrados,
anda entre los ganados
que pacen y, al pacer, en descubierto
les dejan la ra�z a las gramillas,
en donde se encuentra larvas y semillas
que son buen alimento;
o se lo ve, inm�vil como el gallo
que corona la cruz de la veleta,
sobre el lomo de un buey o de un caballo
que tampoco se inquieta...
Las notas de su canto, cuando canta,
m�s que hacerlas vibrar en el estuche
de armoniosa garganta,
parece revolverlas en el buche.

Desova en nido ajeno, por sorpresa,
-de calandria, chingolo y de ratona-
en donde uno o dos huevos abandona
con la improba empresa
de incubar y criar a los pichones;
y as� se puede ver, en ocasiones,
la min�scula y d�bil ratonera
c�mo se desespera
al ver, entre sus hijos diminutos,
un pich�n diferente en absoluto
en color y tama�o,
otro ser cada d�a m�s extra�o,
doble m�s grande que ella y al que nada
logra saciar su hambre ilimitada.

Amigo tordo:
-porque a pesar de todo eres mi amigo-
en verdad, yo te digo
que, a la dulzura, acaso seas sordo
y no te sientas bueno
porque nunca jam�s hjas conocido
la ternura, el amor del propio nido,
condenado a medrar en nido ajeno.


La gallareta

D�nde ir� tan presurosa
la se�ora Gallareta,
con esas grandes zancadas
de sus pies, s�lo con medias.

De los juncos inundados
en donde ella siempre mora,
sali� as�, tan aturdida,
que olvidose hasta la cola.

Viste un traje verdinegro
que le ci�e bien el busto,
las patas y el pico verdes
como pedazos de junco.

Con la punta de sus alas
el agua, al volar, pellizca,
y al espejo blando y m�vil
va arrancando h�medas chispas.

D�nde ir� la gallareta
de prisa, en medias, sin cola
y, adem�s de todo eso:
Tac, tac, tac... hablando sola.


El espinero (hoy Le�atero)

En cualquier �rbol igual
- aunque m�s prefiere el tala-
el buen es pinero instala
su casa monumental.

Un mont�n de le�a seca
como para hacer fogata,
donde algunas veces ata
una cinta que desfleca.

Y en la le�a que amontona
mezcla alambres, lana, cerda,
alg�n trocito de cuerda
y alg�n pedazo de lona.

(En ese nido endiablado,
hall� una vez algo peor:
casi medio tenedor
qui�n sabe c�mo llevado).

Y sobre eso, el estridente:
Chichirrio, chichirrio...
con el mismo frenes� con que lo
har�a un demente.

(Chichirrio, chichirrio...
igual que cuando se agita
con violencia una bolita
dentro de un frasco vac�o).

Ello, adem�s, sin contar,
cuando salgan los pichones,
las sucesivas lecciones
por que aprendan a cantar.

Dime, estridente espinero:
�por qu� lo exageras todo,
desde el nido hasta ese modo
de cantar, tan vocinglero?

Para construir el nido,
una carrada de espinas;
para cantar desafinas
gritando como aturdido.

S�lo muestras discreci�n
en el traje gris opaco:
m�s oscurito en el saco,
m�s claro en el pantal�n.

Y en esa franja, una sola,
y que s�lo la revelas
al volar, pues cuando vuelas
siempre abres mucho la cola.

Y el espinero, cohibido,
responde, casi con miedo:
�Hago lo mejor que puedo
con el canto y con el nido.

�Alegro con mi canci�n
y, en el �rbol deshojado,
queda mi nido enredado
lo mismo que un coraz�n.


La calandria

Un manto gris que sobre el ala estr�a
y el pecho claro en descubierto deja;
sobre el ojo una l�nea, blanca ceja,
y en su canci�n es donde empieza el d�a.

Un trino y otro, y otro todav�a.
Cada trino en Oriente se refleja
en una tenue claridad bermeja...
Un trino y otro, y otro m�s: el D�a.

Agua, brisa, color, m�sica, verso:
la voz de Dios que alumbra el Universo
con un Fiat-Lux de l�mpida armon�a.

En el verso la m�sica se exalta;
la brisa aroma y el color esmalta,
y el agua es gracia que bautiza el D�a.


El dorado (hoy Jilguero dorado)

Chirrit, chirrit, sobre el aromo de oro
el cimarr�n dorado es oro vivo;
sobre �1 es su canci�n oro sonoro
y, m�s arriba, el sol, oro fluido.

Hasta la hora matinal se dora
vibrando en su min�scula garganta...
y un saquito de plumas atesora
el mundo entero que despierta y canta.

Juit, juit, la hembrita parda lo estimula
y lo mira fulgir como una joya,
mientras feliz cerca del nido ambula,
que ya en su instinto maternal empolla.

Chirrit, chirrit, en su fervor insiste:
s�lo su canto es el que alumbra el d�a,
y es tanta y tan profunda su alegr�a
que casi da�a y se hace un poco triste.

Cuando te oigo cantar, dorado amigo,
en tu canci�n mi coraz�n se mece,
de recuerdos colmado... y me parece
que mi infancia feliz est� contigo.


El misto

Chispea y, en la penumbra,
se dijera que salpica
chispas de vidrio y de mica,
y poco a poco la alumbra.

Chispea y las alas vibra
cual si hubieran relaci�n,
y fuera la vibraci�n
la que ese chispeo libra.

Chip�o... y, cada chip�o...
que sobre el campo desciende,
entre los pastos se enciende
enternecido en roc�o...

As�, antes que el sol alumbre,
entre el roc�o y el canto,
comienza a clarearse el campo
de gracia, m�s que de lumbre.

Y ya lo vamos a ver
cuando el d�a abra los ojos,
en bandada, a los rastrojos
se ir� dejando caer.

Cae redoblando y, en alto,
las alas inmoviliza...
parece que se desliza
por el hilo de su canto.

Luego insiste en el redoble
y se "duerme" redoblando...
y da el coraz�n cantando
como todo artista noble.

Y al desbordar su lirismo
en armoniosa cascada,
con la cabeza inclinada
parece escucharse �l mismo.

Viste un traje bien sencillo,
color de trigo maduro;
arriba algo m�s oscuro
y abajo m�s amarillo.

Es pariente del dorado,
pero es un pariente pobre;
pues tiene apenas de cobre
lo que aquel de oro sellado.

Aunque a las veces tambi�n
�como en la vida acontece
que el m�s pobre se enriquece-
se dora bastante bien.

Es simp�tico y cordial,
su af�n crece con el d�a
y le salta la alegr�a
como en chispas de cristal.

No es raro si, a la distancia
de los a�os, con amor,
mi verso humilde lo glosa:
�qui�n no ha tenido en la infancia
un misto "redoblador"
y una trampera "celosa"...?


El cardenal

Tras un silbo meloso de flauta,
-y que �l mismo parece escuchar
cual si �l mismo se diera la pauta-
sin medida se suelta a cantar.

Cardenal, cardenal:
en tu canto jubiloso, se dir�a
que se exalta la alegr�a
de la ma�ana primaveral.

Y que es tu silbo el que aviva
esa brasa siempre viva
de tu capucha escarlata,
que en fl�mulas se desata.

(Lo dem�s, no es cosa rara:
un brochazo color plomo
que resbala por el lomo
y que en el pecho se aclara).

Saltando de una a otra parte,
siempre agitado y nervioso
como si esa llama ardiera
en realidad y, al quemarte,
no te diera
ni un instante de reposo.

(Si alg�n le�ador o el viento
deja una rama partida,
se desangra por la herida
de tu copete sangriento...)


El pirincho

Usa un traje de arpillera
que le va bastante holgado;
el aire, medio atontado,
y el canto, un pito cualquiera.

Paja brava es su melena,
por dura, rebelde y lacia,
y se mueve con la gracia
del que viste ropa ajena.

(En fila india, muy lentos,
van siempre varios unidos,
volando como aturdidos,
piando como friolentos).

Parece caer de pico
al posarse, y enarbola,
para equilibrar, la cola,
a manera de abanico.

Tiene un rid�culo canto
que alegre comienza y, luego,
se hace triste cual un ruego
y termina como un llanto.

Pero con sus lloriqueos
y su aire bobalic�n,
no se pierde la ocasi�n
de pillar nidos ajenos.


El corbatita

Esa hermosa corbatita
que lleva la vida entera,
sospecho que ni siquiera
para dormir se la quita.

Negro, ceniza,
trazos de tiza,
ojo vivaz.

Menudo y gr�cil;
el canto, f�cil
y un tanto agraz.
Con su donaire
suaviza el aire
de montaraz.


La torcacita

Un gris de cielo pizarra,
negros los ojos y el pico.
(En el macho, el gris se azula
y en reflejos se hace rico).

Palomita blanca,
Vidalita,
de mi coraz�n...

Dice la canci�n, palomita.

T� no cantas, sino lloras,
ni eres blanca, palomita;
pero tienes no s� qu�
de blancura y vidalita.

La suavidad algo triste
y una dulzura infinita,
la atildada pulcritud
de damisela o monjita.

Palomita de la Virgen,
y t�rtola, y torcacita,
el cari�o de las gentes
con nombres tiernos te cita.

Verano: sol y bochorno.
La siesta: el campo dormita;
se escucha s�lo tu arrullo
como un gemir, tortolita.

Como el latido mon�tono
de un coraz�n que palpita:
el coraz�n de los campos,
donde una angustia se agita.

Llora la moza burlada
que en el dolor se marchita,
la que sufre mal de ausencia,
la que tiene alguna cuita...

T� lloras por todas ellas
y, en tu llanto, palomita,
lloran ellas sus pesares
y tu nostalgia infinita...
porque tiene tu canci�n
no s� qu� de vidalita.


La lechuza (hoy Lechuza vizcachera)

I

Bajo la luna brillante
es, al pasar silenciosa,
una mancha luminosa
que no inquieta al ignorante;
pero si chista, al instante,
por superstici�n antigua,
con una impresi�n ambigua
entre el temor y el misterio,
pensando en el cementerio
tembloroso se santigua...

II

Grueso sayo gris jaspeado,
ojos-linterna los ojos,
bien calados los anteojos
y el pico corto y curvado.
Al poste del alambrado
cual perilla lo completa
y, desde ah�, muda, quieta,
hasta de espaldas nos mira,
porque su cabeza gira
lo mismo que una veleta.

Si alguien se acerca, mantiene
siempre fija en �l la vista;
luego, prudente, lo chista
para ver si lo detiene;
mas si eso no lo contiene,
ella, que nunca se altera,
entre burlona y severa
soltando una carcajada,
sobre la l�nea alambrada
salva unos postes y espera.

III

Se�ora Do�a Lechuza:
por una falsa leyenda
�que es injusticia tremenda-
de agorera se la acusa.
Por su cara de lechuza
se le achaca brujer�a;
mas yo, en justicia, dir�a
que no hay tales maleficios
y, en cambio, qu� beneficios
presta usted, se�ora m�a.

Libra el campo en donde mora
de v�boras, lagartijas,
de todas las sabandijas
y toda plaga roedora.
A sus hijos los adora
cual pocas madres, de suerte
que desaf�a la muerte
por defender sus pichones,
admirables condiciones
que la ignorancia no advierte.


El gavil�n (hoy Taguat�)

Con su plumaje atigrado
que se oscurece en el lomo,
el gavil�n pasa como
si anduviera preocupado.

Y en realidad se preocupa
�mientras un circulo cierra�,
pues va explorando la tierra
su ojo, que es potente lupa.

Lupa de fr�o cristal
con un brillo fiero y fuerte,
en donde acecha la Muerte
y hace su gui�o fatal.

Con su instinto carnicero
dispuesto siempre al asalto,
se arroja desde lo alto
como un b�lido certero.

Y arrebata por sorpresa
viboritas y ratones,
lagartijas y pichones:
todo, para �l, buena presa.

En las aves de corral,
si la sombra de su vuelo
se proyecta sobre el suelo,
pone un grito gutural.

De un carraspeo muy largo
sus gargantas se resienten,
como si el miedo que sienten
tuviera un sabor amargo...

En su vuelo y en su traza
estaban ya, de antemano,
definidos aeroplano,
planeador y avi�n de caza.


El picaflor (hoy Picaflor com�n)

Vivaz estremecimiento
de la luz y del color
surca el patio so�oliento:
Rrrc, rrrc, rrrc, el picaflor.

Rrrc, rrrc, vibrante va y viene
como una viva joyita,
y ante la flor que visita
ingr�vido se sostiene.

Rrrc. Oro; azul; rojo; verde.
Iris... Prisma... Tornasol...
Rrrc, llega... danza., y se pierde
como un capricho del sol.


El zorzal

Con su pechera rosada
y su levita marr�n;
con ese cuerpo robusto
y ese aire de gran se�or,
nadie lo imaginar�a
tan delicado cantor.

Muere el sol y, junto al r�o,
da sus silbos el zorzal:
la tarde que se marchaba
se volvi�, para escuchar;
el agua que iba corriendo
se detuvo hecha un cristal;
el aire qued� en suspenso;
la brisa, sin respirar;
abri� una boca tama�a
la luna sobre el sauzal,
y con l�grimas de estrellas
el cielo rompi� a llorar...

Anochece... Junto al r�o,
sigue cantando el zorzal.


La golondrina (hoy Golondrina ceja blanca)

No eres nuestra en absoluto,
pero recuerdo que eras
muy fiel a las primaveras
de mi pueblo diminuto;
que rend�as el tributo
de tu presencia cordial,
tan infaltable y puntual
cual la flor del duraznero:
un po�tico y certero
anuncio primaveral.

Tampoco puedo olvidar
cuando, a la caza de insectos,
con tus planeos perfectos
rasabas el tajamar:
un pasar y un repasar
contra el poniente, a trasluz,
como una peque�a cruz
negriblanca, blanquinegra,
luto que en blanco se alegra,
flecha de sombra y de luz.

Y en madrugadas de est�o,
cuando era a�n noche oscura,
tus trinos desde la altura,
como un sonoro roc�o...
El arrojarte al vacio
ensayando el primer vuelo,
bajo el maternal anhelo,
y aquel derroche de gracia
en magn�fica acrobacia,
all�, en el azul del cielo.

Tienes algo de leyenda,
sobre el ganado prestigio
de tus alas -un prodigio�
que cruzan la mar tremenda;
de hallar la misma vivienda,
a�o tras a�o, al volver
de otros pa�ses, de ser
heraldo de Primavera,
que al �rbol y a la pradera
les ordena florecer...


La Gaviota (hoy Gaviota capucho caf�)

Como un pa�uelo que flota
en el adi�s de los puertos,
sobre los mares desiertos
pasa lenta una gaviota.

Pasa lenta en lontananza...
y deja, entre el mar y el cielo,
la viva V de su vuelo
una estela de a�oranza.

Y con su presencia evoca
fr�os, lejanos pa�ses,
playas desiertas y grises,
rompientes de brava roca.

Lleva sobre el blanco espuma
de su l�mpido plumaje,
un gris de nube y de bruma,
entonando en el paisaje.

Y su grito gutural
todo de erres erizado,
parece haberlo copiado
de las rompientes del mar.

Y sus patitas moradas,
mientras recoge una presa
a flor del agua suspensa,
le penden como quebradas.

Tambi�n en la tierra avanza,
y su blanca nota alegra,
por contraste con la negra
de los campos de labranza.

Siguiendo en voraz bandada
de bullicioso concierto
el surco reci�n abierto,
expurga la tierra arada.

Pues su vecindad propicia
-que al navegante acompa�a
y al labriego beneficia�
belleza y bondad entra�a.

.........................

Gaviota que muchos d�as
de borrasca, en mi ni�ez,
horas y horas te admir�
rasar las olas bravias;

si te siento con cari�o
y emoci�n, gaviota amada,
es porque est�s vinculada
a mis recuerdos de ni�o.


El jilguero (hoy Cabecitanegra)

Con su cabeza de sombra
y su cuerpito de sol,
este peque�o cantor
con su canto nos asombra.

(El negro de la cabeza,
quiz� de haberle llovido,
sobre el lomo ha deste�ido
quitando al sol su limpieza).

��Qu� teje usted, buen maestro,
con esa armoniosa seda
que enreda y que desenreda
siempre, de modo tan diestro?

-Tela de luz e ilusiones
para mi amor... tejo una
muy dulce canci�n de cuna,
para arrullar mis pichones.

-Canto al �lamo en que anido,
al agua, a la luz que brilla
y a la peque�a semilla
con que alimento mi nido.

�En la ma�ana de oro,
digo todo mi contento,
y tan feliz yo me siento
que, a veces, no canto: lloro...


El siete vestidos (hoy Naranjero)

Lo llaman siete vestidos
y tambi�n siete colores;
finge un ramito de flores
de los tonos m�s subidos.

Con su piquito de cuerno,
pica frutas, larvas, grano,
y, al terminarse el verano,
emigra, huyendo al invierno.

.......................

Agil, cordial y sencillo,
aunque su voz no es notable,
es simp�tico y amable
por su belleza y su brillo.

Y este p�jaro que lleva
tanto color y matiz,
parece ser muy feliz
con su ropa siempre nueva.


La tijereta

Es una golondrina que exager� la cola,
tanto que, cuando empolla en su revuelto nido
de pasto seco y plumas, queda como al olvido,
fuera de �l, esa cola: mustia, in�til y sola...

Cazando insectos, los aires hiende,
sube y desciende
como alocada,
y es giro, curva, zig-zag, cabriola.
Tras ella finge su larga cola
algo postizo, cosa pegada.
Luego su trino
que, se dijera,
chirriar continuo
de su tijera...

�Qu� har� con esos trozos de cielo
que va cortando la tijereta,
con su tijera que no est� quieta
mientras dibuja vivaz su vuelo?


El churrinche

Churr�n-churr�n, cuando pasa
como un encendido anhelo:
el churrinche es m�a brasa
que atiza su propio vuelo.

Churr�n-churr�n, cuando asedia
alg�n insecto en el aire,
y volando con donaire
repite su nombre, a medias.

Churr�n-churr�n a porf�a
insiste, al par que destella:
lacre vivo con que sella su carta
de luz el D�a.


El chorlo (hoy Pitotoy chico)

Atraviesa diez pa�ses
y en nuestros campos se asienta
�por Septiembre� y se alimenta
de crust�ceos y lombrices.

Bien ce�ido en gris levita,
hace con menudos trancos
�aunque siempre lleva zancos�
sus peque�as carreritas.
Sobre sus finas patitas
que son endeble soporte,
el cuerpo de airoso porte
balancea a cada instante,
hacia atr�s... hacia adelante...
cual si tuviera un resorte.

Del Canad� hasta La Pampa
�una migraci�n hom�rica �
todos los r�os de Am�rica
copian su gr�cil estampa.
En nuestros llanos acampa,
en tribu, todo el verano
�vecindad de agua y pantano-
y, al fin, por miles de leguas,
un vuelo con breves treguas
lo vuelve a su hogar lejano.


El carpintero (hoy Carpintero campestre)

�Qu� hace, buen carpintero,
con el mazo y el form�n,
horadando el coraz�n
del �rbol, un d�a entero?

Luego, va usted ataviado
con ese lujo oriental,
que en un obrero manual
me parece exagerado.

Y, asomado al agujero
que con tal empe�o labra,
me dice, con su palabra
tartajeante, el carpintero:

-Como artesano cabal,
cumplo toda mi jomada
sin ensuciar para nada
ni siquiera el delantal.

-No hay peligro de que hienda
un �rbol sano; aprovecho
lo que la carcoma ha hecho,
para instalar mi vivienda.

-Si quito al �rbol que ahueco,
del coraz�n un pedazo,
en seguida lo reemplazo
con un coraz�n entero.

-Y cuando oiga de mi pico
el persistente golpear,
no tiene que preguntar:
siempre una cuna fabrico.


El m�sico (hoy Tordo m�sico)

Usa ropa que, de nueva,
fue de color chocolate,
ya descolorida y mate
por el tiempo que la lleva.

El tono pardo que integra
su vestido humilde y tosco,
en la testa se hace fosco
y en la pechuga se alegra.

Y, alterando ese uniforme,
negros las patas, el pico
y el ojo vivaz y chico
que ahonda una ojera enorme.

Aunque por fuera revista
aspecto pobre y sencillo,
lleva su lujo y su brillo
por dentro, cual buen artista.

Cabal artista que sue�a
ebrio de luz y emociones,
en las ricas variaciones
de su arm�nica peque�a.

Sue�a con su nido agreste
de pluma y pasto mezclados,
con cinco huevos jaspeados,
de color rosa celeste.

(Aunque tampoco desecha
el nido que antes ha sido
de aves de otra especie, nido
que �l repara y aprovecha).

C�mo traduce su canto
la alegr�a de las cosas
en ma�anas luminosas
sobre la quietud del campo.

(El sol, horizontes vastos,
un �rbol bru�ido, el r�o,
lloro infantil del roc�o
en la punta de los pastos...)

Y de la siesta al resol,
cuando el campo es una fragua,
la acequia desteje su agua
y �l teje y desteje sol.

Que en el �gil caracol
de su garganta sonora,
vibra el sol desde la aurora
hasta el �ltimo arrebol.

M�sico, m�sico al fin,
suena su fino instrumento
que, no obstante ser de viento,
algunos llaman viol�n.


El chaj�

Cha-�... ja-�... Grito duro,
agrio, reseco, met�lico,
como de indios en mal�n,
de gauchos corriendo el "pato";
pasa chairando su grito
que taja el silencio al campo
y, clav�ndose a lo lejos,
queda en el eco vibrando...
�Cuando atraviesa la noche,
es un sonoro rel�mpago�.

Poncho gris, golilla negra,
fino chambergo emplumado,
calz�n muy corto y ce�ido,
altas botas, lerdo el paso,
porte digno y majestuoso
de gran se�or bien trajeado,
y con su aire distra�do
es despierto y avisado.

Anida cerca del agua:
r�o, ca�ad�n, ba�ado...
�unas ramas, pasto seco,
cuatro o cinco huevos blancos-
Caudillo de esos lugares
-como un patriarca de anta�o�
donde protege a los suyos
y a�n defiende otros p�jaros
m�s peque�os o m�s d�biles
con su valor bien probado.
-En dobles p�as del ala,
le aflora el coraje gaucho�.

Se domestica muy f�cil
y es un guardi�n apreciado.
Convive siempre en parejas
�iguales son hembra y macho�,
unidos por un amor
que es proverbial y ha forjado
la rom�ntica leyenda
de que si uno muere, al cabo
el otro, en el mismo sitio,
muere tambi�n sohtario.


El gorri�n

Chiri-chiri, muy de prisa
y con igual percusi�n,
desde el suelo o la cornisa
da sus trinos el gorri�n.

Este p�jaro que, un d�a,
lleg� de cielos extra�os,
tiene al cabo de los a�os
carta de ciudadan�a...

Pues se logr� aclimatar
tan f�cil y de tal modo
que hoy, invadi�ndolo todo,
es el ave m�s vulgar.

Su figura proletaria
de infantil agilidad,
pasea por la ciudad
con soltura extraordinaria.

Desenfado de pilluelo
entre alegre y cachafaz,
derroche de trino agraz
y garabato de vuelo.

Y poblando en cantidad
plazas, calles y edificios,
su presencia y su bullicio
son parte de la ciudad.

Bullicio que es un hervir
clamoroso y crepitante,
en el lugar y el instante
en que apr�stanse a dormir.

Do�a Gorriona anda como
enfundada en una bata
muy estrecha, color rata,
medio barcina en el lomo.

En la indumenta y el tranco
don Gorri�n se ha "achingolado",
como extranjero acriollado
que copia y remeda al gaucho.

Cualquier nido, en cualquier lado,
para este p�jaro es bueno,
que en su afici�n a lo ajeno
tiene mucho de gitano.

Pero las veces que emprende
la construcci�n de su nido:
�c�mo lo hace bien tejido!,
�c�mo lo guarda y defiende!

Sin tener recursos fijos
y sin poseer dos cobres,
lo mismo que hacen los pobres
se carga con muchos hijos.

Hijos que �l cuida y sustenta
con un amor desmedido...
T� sabes, Se�or, un nido,
con cu�nto af�n se alimenta;
y en tu poder absoluto
perd�nalas -pues lo sabes�
si alguna vez estas aves
pican una flor o un fruto...


Oraci�n al ave

Ave llena de gracia, de color, de armon�a, con quien de ni�o fuera cruel: el alma m�a entona el mea culpa de los actos cruentos -que hoy son el torcedor de mis remordimientos� por el p�jaro muerto, por el p�jaro herido, por el que hemos privado del amor de su nido, y el nido que hemos roto, porque s�, torpemente, sin pensar que era obra de un ser inteligente, de un ser �til y bueno, todo ritmo y canci�n, y que era el nido aqu�l su propio coraz�n; sin recordar siquiera que es pecado, y muy grave, nada m�s que manchar el plumaje de un ave...

As�, por el amor que hoy palpita en mis versos, quisiera redimirme de esos actos perversos y, en virtud de ese amor, me fueran perdonados, por el Dios de las Aves, todos esos pecados.


Aves Argentinas
Club de Observadores de Aves de la Reserva Ecológica Costanera Sur (CoaRECS)
Webmaster: J. Simón Tagtachian - jst@cienciayfe.com.ar
www.coarecs.com.ar - coa.recs@avesargentinas.org.ar