El chingolo
Sobre la cabeza oscura
el bien peinado copete
pone un gracioso bonete
que realza su figura.
Blanca golilla asegura
rodeando el cuello robusto,
claro el chaleco y muy justo,
un ponchito gris canela
-se le imagina la espuela-
y un tranquito que da gusto.
Sencillo y feliz habita
siempre en un cardo, su amigo,
en donde pone al abrigo
su bien mullida casita;
y sobre una flor marchita
vibra su acento dolido,
y as�, del cardo elegido,
pone arriba su canci�n,
y debajo, al coraz�n,
lo deja en forma de nido.
Suele a las casas llegar
-por amistad y provecho-
donde se lo ve en acecho
con su trote singular.
En el patio familiar
hurga las sobras de un plato,
pica un pollo, enfrenta un pato,
o esquiva con revuelo
el cascote de un pilluelo
o la embestida de un gato.
Eres el alma del campo
-de nuestro campo querido-
su coraz�n es tu nido
y su voz m�s fiel, tu canto;
llora el roc�o en tu llanto
cuando abre fr�a la aurora,
la tarde muriente llora
y solloza en tu garganta,
y hasta el plenilunio canta
en tu canci�n seductora.
Chingolo: c�mo expresar
toda la inmensa ternura
que me inspira tu figura
de p�jaro popular...
C�mo podr�a olvidar
tus ingenuas melod�as,
all�, en mis primeros d�as,
si a tu nombre se levanta
todo mi �i�ez... y canta
como t� mismo lo har�as.
Tu nombre dice fragancia
de tr�bol, cardo y gramilla,
y guarda tu voz sencilla
todo el sabor de la infancia;
por eso que, a la distancia,
chingolo, alguna vez cuando
como un adi�s dulce y blando
llega hasta mi tu canci�n,
la recoge el coraz�n...
y la guarda suspirando.
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