El espinero (hoy Le�atero)
En cualquier �rbol igual
- aunque m�s prefiere el tala-
el buen es pinero instala
su casa monumental.
Un mont�n de le�a seca
como para hacer fogata,
donde algunas veces ata
una cinta que desfleca.
Y en la le�a que amontona
mezcla alambres, lana, cerda,
alg�n trocito de cuerda
y alg�n pedazo de lona.
(En ese nido endiablado,
hall� una vez algo peor:
casi medio tenedor
qui�n sabe c�mo llevado).
Y sobre eso, el estridente:
Chichirrio, chichirrio...
con el mismo frenes� con que lo
har�a un demente.
(Chichirrio, chichirrio...
igual que cuando se agita
con violencia una bolita
dentro de un frasco vac�o).
Ello, adem�s, sin contar,
cuando salgan los pichones,
las sucesivas lecciones
por que aprendan a cantar.
Dime, estridente espinero:
�por qu� lo exageras todo,
desde el nido hasta ese modo
de cantar, tan vocinglero?
Para construir el nido,
una carrada de espinas;
para cantar desafinas
gritando como aturdido.
S�lo muestras discreci�n
en el traje gris opaco:
m�s oscurito en el saco,
m�s claro en el pantal�n.
Y en esa franja, una sola,
y que s�lo la revelas
al volar, pues cuando vuelas
siempre abres mucho la cola.
Y el espinero, cohibido,
responde, casi con miedo:
�Hago lo mejor que puedo
con el canto y con el nido.
�Alegro con mi canci�n
y, en el �rbol deshojado,
queda mi nido enredado
lo mismo que un coraz�n.
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